domingo, diciembre 07, 2008

Olga Bejano, 20 años pentapléjica, muere «con los deberes hechos». Comparaba su relación con Dios con un enamoramiento y vivía sólo para él

MADRID- Ayer viernes murió en Logroño Olga Bejano, escritora pentapléjica que durante dos décadas luchó por la dignidad de los enfermos y escribió sobre su vida cotidiana y espiritual. Su funeral es hoy a las once de la mañana en la Iglesia de Santiago de Logroño.

Olga nació en 1963, la segunda de cuatro hermanos, en una familia de fe fuerte forjada en Cursillos de Cristiandad. A los 23 años, una parada cardíaca la dejó cinco días en coma, del que salió paralizada y casi ciega. Le pronosticaron seis meses de vida, pero ella luchó durante 21 años. No podía moverse, ni hablar. Estaba conectada a un respirador artificial y se alimentaba por sonda. Sólo podía ver unos segundos si alguien le levantaba el párpado derecho. «Oír, sentir y pensar es lo único que puedo hacer solita», explicó. Sufrió 200 neumonías y decenas de intervenciones quirúrgicas. Con su pierna empujaba la mano paralizada para dibujar garabatos o señalar letras en un abecedario, que sus enfermeras anotaban. Escribió cuatro libros, todos en la editorial LibrosLibres. En «Voz de Papel» y «Alma de Color Salmón» reflejó su enfermedad, su fortaleza, su sentido del humor. «Los Garabatos de Dios», publicado en 2008, recogió su vivencia espiritual y religiosa. Allí explica que escribe porque «el Cielo» se lo pidió en sueños. Su cuarto libro está aún por publicar.

Se oponía a la eutanasia y pedía más apoyo a los enfermos: «en vez de hablar de muerte digna, se debieran ofrecer ayudas para facilitar la vida digna». Además de «cariñoterapia», añadía,se requiere «trabajo y dinero y es fácil, cómodo y barato legalizar la eutanasia».

Necesitaba cuatro enfermeras especializadas que se turnasen, algo imposible de pagar con su pensión de 180 euros. Por lo general sólo tenía una o dos, pagadas por la familia. Los cuatro primeros meses de 2008, con el caos de la Ley de Dependencia, se quedó sin enfermeras. Su padre, amigo y confidente, murió en 2004. Su madre se volcaba en ella como podía. «Lleva veinte años sin dormir siete horas seguidas; cada tres horas ha de aspirar mis secreciones, porque no puedo tragar saliva», explicaba Olga. Devolvió el pasado abril la Medalla de Oro de la Rioja al presidente autonómico, Pedro Sanz, como gesto de protesta ante las «palabras bonitas» y «promesas que no se cumplen», porque las ayudas autonómicas y de dependencia no llegaban a ella ni a los otros enfermos. «Calculo que he ahorrado más de seis millones de euros a la Comunidad», denunciaba en una carta abierta a la Prensa. La enfermedad y la oración modelaban su alma, decía ella, como el a nadar contracorriente hace fuerte y sabroso al salmón. Tenía confianza «en Dios, en la Virgen María, en el Espíritu Santo y en mi Ángel de la Guarda». Comparaba su relación con Dios con un enamoramiento: «me levanto pensando en Él, durante el día pienso en Él y al acostarme, cuando más relajada estoy, en la oscuridad y el silencio es cuando Él se siente mejor para hacerse oír». Creía que su esfuerzo era útil: «soñé que el Señor me decía que iba a sufrir mucho, pero que mi sufrimiento iba a ser muy fértil. El tiempo le está dando la razón». Cuando estuvo en coma, tan cerca de morir, sintió que «no existe nada similar para poder hacer una comparación a la luz y el bienestar que allí se sienten». Tenía planes para su muerte: «cuando me vuelva a ver de nuevo en el túnel de luz, le diré a mi guía: Aquí de nuevo estoy, pero esta vez traigo hechos los deberes».