domingo, diciembre 07, 2008

Más allá de la admiración. Logroño despide a Olga Bejano, escritora y medalla de La Rioja, que falleció el viernes tras 22 años postrada en una cama













La compasión es un sentimiento que a menudo despiertan aquellos cuyas vidas son puestas en situación de extrema dificultad. Pero el caso de Olga Bejano va mucho más allá, ella siempre fue distinta, única. Es algo que se palpa en sólo unos minutos de conversación con cualquiera que la conoció. Absolutamente extraordinarias son la sincera admiración y la gratitud que fluyen en cada mención.
No cabe duda de que Olga trascendió por mucho la prisión de un cuerpo roto, una cama inseparable y la mera compasión. «Irradiaba vida: ibas a su casa y en vez de ayudarla, era ella la que te ayudaba a ti», ilustraba ayer su amiga Estrella Álvarez. En la madrugada del viernes, tras 22 años de castigo padeciendo una enfermedad degenerativa irreversible, su fortísima vitalidad se apagó del todo. Sus familiares y decenas de amigos la despidieron durante el todo el día de ayer en Logroño.

Fue una jornada de emociones y sentimientos encontrados: «Quiero compartir mi alegría y mi dolor; es un día intenso, pero bonito: mi hija ha descansado», dijo su madre, Mari Carmen, muy emocionada durante el funeral.


Últimas voluntades
Olga había planificado su propia despedida, en una nota que dejó con sus últimas voluntades. Entre ellas estaba la iglesia de Santiago para la misa (allí fue bautizado su padre, fallecido hace pocos años). En la ceremonia se leyeron pasajes de su literatura, algún poema, y se escuchó su música preferida, elocuentes piezas como 'Resistiré'. «Te recordamos inquieta, terca, incluso revolucionaria; desde tu cama has llegado más lejos que mucha gente con movilidad total», rezaron sus amigas.
Las puertas de su casa siempre estuvieron abiertas. «Me ha enseñado muchísimas cosas, como vivir una fe y creer en la otra vida; siempre salías animado de estar con ella», recordaba su amigo Alberto Calvo, estudiante universitario que no podía perderse la despedida. «La suya es una lección de valor y esperanza», valoró Fernando Salazar, uno de los médicos que la ha tratado estos años.

El entierro fue en Fuenmayor. No pocos la recuerdan en presente: «Una gran persona, me hace ser más cristiano», dijo Amancio, quien compartió con ella la enfermera que cuidaba a su ser querido. «Ella y su madre, una vida de fortaleza, entrega y amor», concluyó María Jesús.

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E. Alcalde. Logroño
Foto: Rafael Lafuente